La figura de Rabí Akiva ben Joseph (40-l37 e.c.) dominó la historia judía durante 18 siglos, desde la época de los profetas hasta el surgimiento de la escuela española de filósofos judíos en el siglo XII. La originalidad de su pensamiento, su creación legislativa, su modestia y su colorida personalidad se combinaron para hacer de Akiba el más admirado de los sabios del Talmud (compendio de leyes judías). Su influencia se dejó sentir en el sistema teológico, ético y legal del judaísmo y su metodología se convirtió en fundamento del razonamiento rabínico de los siglos posteriores.
En un sentido más amplio el pensamiento occidental general recibió el impacto de la filosofía de Akiba. Sus ideas moldearon el pensamiento de Maimónides, Levi ben Gershom, y Hasdai Grescas, destacados filósofos medievales quienes inspiraron a una serie de escritores latinos, mismos que a su vez sentaron los fundamentos del pensamiento moderno.
Por último la amalgama de racionalismo y misticismo, básica para el desarrollo de la filosofía judía medieval, así como las concepciones de un Dios real mas no antropomórfico y de la tolerancia dentro del pensamiento judío se deben en gran medida a la contribución de Akiba.
Akiba vivió durante un período extraordinario, intelectual y espiritualmente productivo, signado por nuevas corrientes de pensamiento, amplios horizontes, atrevidas aventuras, mártires heroicos y enseñanzas memorables.
Rabí Akiba ben Joseph nació al suroeste de Judea, cerca de la costa del Mediterráneo. Su padre era un humilde campesino judío que desconocía la literatura de su pueblo así como las tradiciones de los escribas.
Debido a las precarias condiciones económicas en las que vivía Akiba no recibió ningún tipo de enseñanza formal en su infancia. Años más tarde contrajo matrimonio con una gran mujer, Rachel, quien lo convenció de abandonar su actividad de pastor y dedicarse a estudiar con uno de los grandes maestros rabínicos a quienes ella tanto admiraba.
Akiba enfrentó numerosas dificultades en su aprendizaje. El sistema educativo en boga difícilmente se adaptaba a las necesidades de una mente madura. Por ello junto con su pequeño hijo -de cuatro o cinco años- comenzó a estudiar el alfabeto y logró leer textos en hebreo; posteriormente procedió al estudio de la Torá o Biblia en la academia de estudios de rabí Joseph ben Zakkai. Sus maestros, Eliezer ben Hyrkanos, Joshúa ben Hananiah y Nahum de Gimzo, se convirtieron en sus mejores amigos. Quince años después, en plenitud mental y física, comenzó su obra monumental: la reconstrucción de la Ley y el establecimiento de una academia de estudios permanente. Para 97 e.c. Akiba era ya reverenciado tanto por sus colegas como por las masas. En los años posteriores la comunidad judía gozó de una prosperidad y paz desconocidas y Akiba se abocó a la formulación de sus principios juristas y la clarificación de sus ideas teológicas.
Visitó a rabinos y estudiosos de la Torá con el objeto de aglutinar las tradiciones judías y procedió a ordenarlas en un código legal con divisiones lógicas. Una vez decidida la organización del material, Akiba reemplazó normas antiguas con otras que representaban sus opiniones propias. La efectiva combinación de brevedad y precisión sirvió de ejemplo a las generaciones futuras. En los siglos posteriores su Mishná (codificación de leyes y costumbres judías) fue reconocida y estudiada por las autoridades rabínicas.
Más adelante Akiba fundó su academia privada en Bene Berak, al norte de Jerusalem. Por su carisma así como su habilidad pedagógica logró la admiración de sus discípulos.
Las aportaciones de Akiba en relación a la ética, judía. ley, religión, teología y política conforman un sistema completo, coherente y unificado que puede ser considerado como filosofía.
Para Akiba el estudio de la Torá es la raison d'etre del judaísmo. Sus ideas fundamentales podemos sintetizarlas de este modo:
El período comprendido entre 110 a 112 e.c. fue trascendental en la vida de Akiba así como en la historia del pueblo judío. A los 70 años el gran sabio se encontraba aún en la cúspide de su vida. Su salud era perfecta, conservaba el vigor mental y físico de su juventud, y su genio innato había sido complementado por sus habilidades de liderazgo intelectual.
La situación de la comunidad judía era ideal. Desde la destrucción del Primer Templo de Jerusalem, Judea no había alcanzado la prosperidad económica y la tranquilidad política de esta época. Pero gradualmente se dieron nuevas opresiones y para 125 la relación entre los judíos y los romanos se deterioró. Se promulgaron edictos prohibiendo distintas prácticas religiosas.
Akiba, con optimismo, mantuvo una actitud pacifista y conciliatoria pero la decisión del emperador Adriano de construir un santuario pagano en el Monte Moriá -sitio del antiguo templo- exacerbó los ánimos. La excitación creció y el pueblo judío, comandado por Simón bar Kojba se rebeló.
En poco menos de tres años los ejércitos romanos destruyen todo vestigio de resistencia judía. La crueldad de la represión creció mes con mes y en el año 134 los romanos promulgaron un drástico decreto prohibiendo la práctica y el estudio de la Torá. Akiba estaba convencido de que había llegado el fin. Si se abolía el estudio de la Torá no tenía ningún propósito su existencia. A sus 95 años, desafiando a la autoridad romana, reunió a sus estudiantes y se dedicó a discutir sobre religión.
Días después Akiba fue encarcelado. Los romanos respetaron sus conocimientos, su reputación y su distinguida personalidad. Lo confinaron a tres años de prisión y lo trataron con consideración. Akiba continuó instruyendo a sus discípulos desde su celda, por lo que fue juzgado. No existía defensa posible contra los cargos. Había violado las leyes romanas al ofrecer instrucción a sus alumnos. Fue declarado culpable, torturado y condenado a muerte.
Tomado de Tribuna Israelita
Encyclopaedia Judaica
Keter Publishing Co., Israel, 1981
Lehman, M.
Rabl Akiba. Personalidad y Epoca
Carbet, Argentina, 1988
Noveck, Simon
Creators of the Jewish Experience
B'nai B'rith, USA, 1984