El Siglo de las Luces y los judíos

Los puentes del judaísmo
Por: Gustavo Perednik

El resurgente antisemitismo en Europa tiene como uno de sus hitos el Siglo de las Luces. Este no es solamente el nombre dado al siglo del Iluminismo, del cual Voltaire es su máximo exponente, sino también el nombre de la novela homónima del cubano Alejo Carpentier. ¿Cuál fue la actitud que el Iluminismo y el racionalismo europeos, de corte universalista y humanista, tuvieron para con los judíos? Una mirada sobre estos dos autores, uno francés y el otro cubano inspirado en Francia, nos da una pista.

Si dividiera a los lectores en hispanoparlantes y europeos, y les solicitara que relacionen con alguna novela el concepto de "Siglo de las Luces", intuyo que cada grupo elegiría otra obra (costaría encasillar a los lectores españoles, que pertenecen a ambas categorías).

Los del primer grupo probablemente evocarían la célebre narración homónima del primer hispanoamericano que recibiera el Premio Cervantes , Alejo Carpentier.

Por su parte, los europeos lo podrían asociar con la obra más popular de Voltaire, el Candide (1759). Aunque un abismo de dos cruciales siglos separan esos dos libros, éstos comparten ciertas características: son eminentemente filosóficos, abundan en referencias históricas, y reclaman la inspiración de Francia.

Carpentier exhibe una singular biografía. De padre francés, fue educado en París, y sobresalió de entre los miles de cubanos que abandonaron Cuba a mediados de siglo: Carpentier se repatrió precisamente debido a la revolución castrista a la que aspiró a protagonizar. Muy original, terminó por ejercer ese protagonismo desde el exterior, en donde cumplió diversos cargos diplomáticos (falleció en 1980 en París, mientras se desempeñaba como embajador de su país).

El numen de Carpentier fue la historia y mitología americanas, con las que empuntó una original vía literaria, imaginativa y fantástica. Optó por depurar los arquetipos propios de una época y olvidarse de la psicología de sus personajes.

También en ese sentido el Candide es ostensiblemente similar. Contempla las Américas desde Europa y, a pesar de su logrado cariz artístico, es infértil en penetración psicológica (una infertilidad típicamente dieciochesca). En efecto, en ninguna de las dos obras el lector conoce el fuero íntimo de los personajes.

Estos, en Candide revelan la sociedad que dio luz a la Revolución Francesa; en El siglo de las luces (1962) son transportados a las Antillas por el vendaval de esa revolución. Hay más denominadores comunes entre las dos novelas, y son de estilo: uno simple, directo, sin ornamentos retóricos.

Más aún: ambos relatos exhiben tres protagonistas adolescentes. Los de Voltaire: Cándido, Cunegonde y Cacambo. Los de Carpentier: Carlos, Sofía y Esteban, los dos últimos encarnando la amistad y el amor.

En la obra de Voltaire, el gran guía y tutor es el memorable Pangloss. En la de Carpentier, los jóvenes reciben las ideas revolucionarias de Victor Hugues, un comerciante marsellés, enigmático, oscuro, dictatorial, centro de la novela.

El Siglo de las Luces es densa, sin diálogos directos ni puntos y aparte. Un compendio minuciosamente descripto de las luces y tonalidades, albas y ocasos del Caribe y de sus gentes, navegantes en una época de cambios radicales.

Candide es vivaz, cuestionadora de las convenciones de una era que parecía estática. Comienza por satirizar a Leibniz (o la idea leibniziana de que vivimos "el mejor de los mundos posibles", resultado del racionalismo científico extremado) y termina por satirizarlo todo, aun la propia ideología del autor.

Voltaire describe mordazmente la guerra (fue escrito precisamente durante la Guerra de los Siete Años), el dogmatismo, la intolerancia religiosa, todas las instituciones políticas (europeas, otomanas, jesuíticas) y la ley internacional (que aceptaba sin escrúpulos las atrocidades perpetradas en los Balcanes).

Uno de los atractivos del libro es que incluso las ideas iluministas son ridiculizadas, como el dogma de que una sociedad se mejoraría por medio de corregir sus instituciones. Voltaire rechaza el optimismo de su Pangloss: la crueldad humana no puede erradicarse y la historia de su siglo era el teatro de las peores abominaciones. Un mensaje que en 1934 reiteró con simpleza Santos Discépolo en una letra tan apresurada como el siglo XX: "el mundo fue y será una porquería".

Lo judaico en ambas obras

El lector que hurgue por aspectos judaicos, en ambas novelas los encontrará, aunque no sin esfuerzos. Epígrafes judaicos abren y cierran el libro de Carpentier. Al comienzo la cita es del Zohar ( Las palabras no caen en el vacío ) y el capítulo final cita de los hechos vertiginosos que preceden las reflexiones de Job.

Entre estos dos epígrafes, los otros, abundantes, son de Goya. Asimismo, Carpentier alude en su obra a la Kábala, el hebreo, el templo de Salomón, "las Columnas de Fuego que guían las marchas hacia toda Tierra Prometida", las columnas de Joachim y Boaz, los príncipes de Jerusalem, Ben Ezra y La Venida del Mesías , el alarife judío Mosén Rubí, el misterioso judío portugués que había fundado capítulos de la masonería en Port-au-Prince, Moisés y la Zarza ardiente y, muy apropiado para el título de la novela, la "Hanukkah-Menorah". El judaísmo no es excepción entre las referencias de Carpentier: es mítico, pertenece a ese viejo mundo cuya destrucción da luz a una mitología pletórica de grandiosas gestas.

En cuanto a Candide , el tema israelita es igualmente periférico y se encarna en quien es descripto como "el judío más colérico que se haya visto en Israel desde el cautiverio en Babilonia", Isajar, el sucio hombre que compró a Cunegonde para satisfacer su lascivia, compartiéndola con un inquisidor. Aunque Voltaire es cáustico con casi todos los arquetipos que propone en su obra, no es casual que le haya reservado al judío, en el capítulo noveno, una buena dosis de repelencia. La proverbial judeofobia de Voltaire merece nuestra atención.

Comencé esta nota en la suposición de que el lector europeo raramente asociaría el término El Siglo de las Luces con la novela homónima, sino que lo asumiría como un habitual eufemismo para definir el siglo XVIII, tan único, el de la Iluminación y el racionalismo.

Desde 1955 se publica un mensuario académico dedicado a la historia cultural e intelectual europea durante ese siglo, que lleva el elocuente título de Estudios sobre Voltaire y el siglo dieciocho , que sobrentiende quién encarna ese siglo.

El enciclopedismo partía de la base de que el método para superar las supersticiones y taras sociales era la educación. También la judeofobia debería haber respondido a ese criterio y curarse con el remedio de la ilustración. Sin embargo, hubo aquí una de las grandes paradojas de la historia humana. Los responsables de educar e iluminar al pueblo, los que enarbolaban el estandarte de la revolución ideológica, fueron judeófobos. Aunque el Siglo de las Luces generó una atmósfera de racionalismo y enciclopedismo, y sus librepensadores postularon una religión de la razón para la confraternidad humana, sorprendentemente, en lo que atañe al pueblo judío, terminaron por reforzar los prejuicios. Denis Diderot y Paul D'Hollbach heredaron el arsenal judeofóbico, pero el peor de todos ellos fue Voltaire.

Su Diccionario Filosófic, arremete en más de un cuarto de sus entradas: "el pueblo más imbécil de la faz de la Tierra, enemigos de la humanidad, el más obtuso, cruel, absurdo..." Los judíos, que constituían el 1% de la población, son motivo de la entrada más larga del libro: "la nación más singular que el mundo ha visto; aunque en una visión política es la más despreciable de todas, sin embargo a los ojos de un filósofo vale la pena considerarla... De un breve resumen de su historia resulta que los hebreos siempre fueron errantes o ladrones, esclavos o sediciosos. Son todavía vagabundos sobre la Tierra, aborrecidos por todos los hombres... Si preguntas cuál es la filosofía de los judíos, la respuesta será breve: no tienen ninguna... Los judíos nunca fueron filósofos ni geómetras ni astrónomos".

No es posible que Voltaire ignorara quiénes habían sido Maimónides o Spinoza, pero la judeofobia tiene la facultad de torcer el razonamiento del más razonable de los hombres.

Un nazi inspirado en Voltaire

Voltaire, además, toca el nervio mismo de la judeidad, porque si hubo una área en la que los judíos podían exhibir grandes logros, era y es la educación. Sin embargo, escribe Voltaire: "Estuvieron tan lejos de tener escuelas públicas para la instrucción de la juventud, que ni siquiera tienen un término en su idioma que exprese esa institución... Su estadía en Babilonia y Alejandría, durante la que podrían haber adquirido sabiduría y conocimientos, sólo los entrenó en la usura..." Este gran racionalista llegó hasta a ratificar el peor libelo: "vuestros sacerdotes siempre han sacrificado vidas humanas con sus sacras manos".

Algunos historiadores sostienen que Voltaire, en realidad, deseaba atacar a la Iglesia, y lo hacía por medio de agredir a los judíos. Disentimos, porque no tuvo reparos en embestir directa y abiertamente contra la Iglesia. Cuando así le plugo, no necesitó de interpósita persona. Voltaire firmaba sus cartas con el lema "destruyan al infame" (en referencia a la Iglesia) salvo aquellas cartas que envió al judío Isaac de Pinto, donde firmaba caballero cristiano de la cámara del rey muy cristiano . "En suma -concluye el Diccionario - pueblo ignorante y bárbaro, que ha unido largamente la más sórdida avaricia, con la más detestable superstición; y el más insuperable odio por cada pueblo por el que son tolerados y del que se enriquecen. Empero, no debemos quemarlos".

No casualmente, cuando se juzgó por crímenes de guerra al "comisario de cuestiones judías" del gobierno nazi de Vichy, Xavier-Vallat, éste esgrimió como defensa que se había basado en Voltaire. Precisamente durante el gobierno de Pétain en Francia (1942) el historiador francés Henri Labroue recopiló los textos judeofóbicos bajo el título de Voltaire antijuif . Arthur Herzberg (1968) ha visto en él a un fundador de la judeofobia secular moderna.

Hay una mención aislada de Voltaire que pareciera desmentir sus odios, en el capítulo 22 del Tratado sobre la Tolerancia (1763): "hay que mirar a todos los hombres como nuestros hermanos. ¿Mi hermano el turco, el chino, el judío, el siamés? Sí, sin duda. ¿No somos todos hijos de un mismo Padre?" Pero esa retórica irrepresentativa no compensa su línea básica de hostilidad.

Y aquí se cierra el círculo. Voltaire fue el hijo de un iluminismo que no pudo deshacerse de siglos de judeofobia europea, el mismo odio que paralelamente encarroñó el stalinismo profesado por Carpentier. A pesar de ser una ideología que nacía del socialismo y su promesa igualitaria, tuvo en su cálido corazón un rinconcito gélido para los judíos.

Dijimos de Voltaire que la judeofobia tuerce la razón del más sensato; lo mismo podríamos espetarle hoy a José Saramago, amamantado por la misma utopía de Carpentier. En el siglo XVIII odiaban al judío de entre los hombres, en el XXI al judío de entre los países. Para nosotros, las luces gentiles suelen ser tenues o decepcionan.

Bibliografía

Tomado de Hagshama E-zine