Judaísmo y recompensa

Los puentes del judaísmo
Por: Gustavo Perednik

La postura del rabino líder del partido religioso sefardí Shas, Ovadia Iosef, sobre la reencarnación como vía para explicar la muerte de niños y demás almas justas durante el Holocausto da pie a la siguiente nota, en la que el autor aborda la cuestión de la trasmigración de las almas, a la vez que recorre las diversas visiones judías en torno a la doctrina del castigo y la recompensa divinas.

La idea de la reencarnación ha generado últimamente mucho alboroto, a partir de explicaciones teológicas sobre el Holocausto que expuso un importante rabino israelí. Opino que uno de los motivos del escándalo fue la sorpresa. La mayoría de las personas, en efecto, no relacionan la trasmigración de las almas con la civilización de Israel, sino con las religiones orientales.

La metempsicosis (en hebreo guilgul ) no forma parte del judaísmo tradicional . La mayoría de los judíos nunca creyó en ella. No figura en la Biblia hebrea ni en el Talmud, ni la exégesis de Rashi ni la de Ibn Ezra o Abarbanel. Ni en los Tosafistas ni en la Halajá. Fue refutada por los principales filósofos judíos desde Saádia Gaón. La rechazaron explícitamente Ioséf Albo y Abraham bar Jía, e implícitamente Iehudá Haleví y Maimónides.

La fuente de la idea de la reencarnación debe buscarse en la filosofía hindú. De allí la tomaron los maniqueístas, y probablemente de éstos la aprendieron los kabalistas, y así penetró la doctrina esotérica en el judaísmo. Su primera mención data del siglo XII en el sur de Francia, el místico libro Sefer Habahír . Su inserción en el judaísmo es tardía, parcial y marginal.

La reencarnación es un intento no muy feliz de explicar la teodicea, la justicia divina . Es parte de la búsqueda de en qué medida podemos dotar a la vida de un marco de recompensa y castigo. Es una expresión (aunque poco convincente) del dilema de la retribución de justos y malvados. Esta pregunta ha ocupado a los judíos de todas las generaciones, desde el profeta Jeremías (s. VII a.e.c.) hasta la película de Woody Allen Crímenes y fechorías . Jeremías lo había planteado en una pregunta de hierro: ¿Por qué el camino de los malvados es de prosperidad? (Sinceramente, que sean malvados vaya y pase, pero que al mismo tiempo sean felices en su impiedad es, y no sólo desde el punto de vista filosófico, definitivamente insoportable).

El Otro

Hace casi dos mil años, un jovenzuelo recibió de su padre la orden de subir al techo de su casa y bajar del nido algunos polluelos. Un destacado rabino, Elisha ben Abuia, contemplaba impensadamente la escena. El chico trepa obedientemente, y de este modo acata el quinto mandamiento: "honrarás a tus padres". Además, el niño cumple al mismo tiempo otro precepto bíblico, al dejar en libertad al ave madre.

Elisha observa ahora más cuidadosamente, y su mente talmúdica le permite verificar la observancia simultánea de dos normas muy especiales. Son las dos únicas en toda la Torá en las que se nos ofrece explícitamente una recompensa por obedecerlas: prolongar nuestra vida.

Pero, oh tragedia, Elisha se ve obligado a interrumpir bruscamente sus cavilaciones: el diligente niño ha tropezado. Se cae. Un golpe lo mata instantáneamente. El rabino queda atónito. Las implicancias filosóficas de lo que acaba de sucederle, son decisivas para el resto de su vida. Elisha termina por rechazar la idea judaica de la retribución divina. Consecuentemente abandona el judaísmo para siempre, generando el rechazo de sus maestros y alumnos (a excepción de su fiel Rabí Meir, con quien la amistad trascenderá para siempre).

La narración aparece en el tratado talmúdico Julín . Elisha es el hereje. No se sabe a ciencia cierta qué ideas lo conquistaron. Tal vez el helenismo, quizá el dualismo o el hedonismo. Otra alternativa es que Elisha se limitó a discontinuar la observancia judaica. Despersonalizado por sus alumnos y colegas, pasa a ser llamado Ajer , otro? uno de un cuarteto de eruditos que se introducen en la filosofía esotérica, de la que Elisha no resiste las preguntas últimas y termina por rechazar las creencias de Israel.

Después de todo, estaba escrito: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra" y estaba escrito: "Ante un nido de pájaros con polluelos no tomarás a la madre juntamente con los hijos; deberás soltar a la madre para que prolongues tus días". Entonces ¿qué había acontecido? ¿Cómo podía haber tenido lugar el evento macabro que acababa de presenciar?

El Talmud explica que, de haber conocido Elisha la interpretación que al versículo diera su nieto, el Rabí Jacob Ben Korshani, quien lo relacionó con una recompensa ultraterrena, no se habría separado de su grey. Saadia Gaón (882-942), rector de la academia babilónica de Sura e iniciador del racionalismo judío, comentó este singular texto de otro modo: si un hijo honra a sus padres y los protege en su ancianidad, inspirará con el ejemplo a sus propios hijos, quienes le otorgarán así el privilegio de gozar de una larga vida.

Al margen de que nuestro apóstata haya conocido o no diversas exégesis para el versículo en cuestión, la época en la que vivió no necesitaba de malentendidos bíblicos para generar su escepticismo. Ben Abúia fue testigo del fracaso de la rebelión de Bar Kojba contra los romanos, y de la ola de humillaciones, torturas y destrucción que fueron su consecuencia.

La tradición, sin embargo, nos remite a ese quinto mandamiento, el de honrar a los padres, que es parte fundamental del Decálogo, el breve código religioso que mayor influencia ha ejercido en la vida moral de la sociedad humana.

Algunos ven en el Decálogo una reformulación del de Hamurabi (sexto rey babilónico, en el siglo XVIII a.e.c.), aun cuando éste no presenta ni rastros de la idea bíblica de santidad de la vida, ni de las consideraciones que debe tenerse con pobres y necesitados, tan características en la legislación mosaica.

Otros opinarán que la ley bíblica es la de una clase dominante, ya que el "No robarás" puede ser entendido como una simple protección para los ricos. (Del mismo modo, podríamos considerar jocosamente, que los cerdos tuvieron gran injerencia en la redacción de la Torá, puesto que se vieron muy favorecidos).

Por lo menos, aun para los no creyentes, es ecuménicamente aceptado que la redacción del Decálogo fue obra de gente inteligentísima, a la vanguardia de su época. Nuestra tradición, claro, va más lejos y le atribuye origen divino.

El hecho es que nos encontramos frente a un pueblo que decide limitar su propia libertad en aras de una sociedad mejor. Un grupo humano que acepta para sí restricciones morales, en la fe de que esas restricciones le permitirán cumplir con el propósito de la Creación y hacer de éste un mundo más habitable. ¿Por qué preocuparse por ser morales? ¿A la espera de qué retribución? ¿Acaso vale la pena ser bueno?

Volvamos al profeta Jeremías. Su motivación para preguntarse por la injusticia aparente de este mundo, fue haber protagonizado la destrucción del primer Estado judío, a manos de los babilonios. Tal vez por ello cuestionó acremente lo que fue siempre preocupación del pensamiento judío: la realidad de la recompensa y del castigo. Elisha ben Abúia también vivió una época de cataclismo. La del derrumbamiento del segundo Estado.

El más allá, no muy indubitable en la tradición judía, fue a veces una respuesta. Frente a él, Simón ben Azai, sabio de Tiberíades del siglo II, afirma que la recompensa de una buena acción es una buena acción, y que el castigo por una mala, es una mala. Comentando ese texto, Ovadiá Bertinoro (1450-1516) explica que el premio obtenido por una buena obra es, ni más ni menos, que la satisfacción de haberla realizado

¿Conclusión?

Rodion Raskolnikov, un pobre estudiante de San Petersburgo, asesina. Así se transforma en el protagonista de la inmortal novela de Fedor Dostoievsky. El castigo de su crimen: los intensísimos sentimientos de miedo, culpa, angustia y desesperanza que se desatan en el hombre que ha hecho el mal. La maligna acción es pena de sí misma.

Rabí Ianai (siglo III), responde crudamente a la pregunta de Jeremías: " No podemos comprender ni la felicidad de los impíos ni los sufrimientos de los justos". Todo el libro de Job en la Biblia está dedicado al tema. Filósofos españoles del siglo XV, como Jasdai Crescas o Josef Albo, quisieron incorporar la doctrina de la recompensa y el castigo sobrenaturales a los dogmas de Israel. Teólogos modernos explican la idea en forma no literal, o bien la atribuyen a la sociedad como un todo y no a cada ser humano en particular.

La pregunta conturba. ¿Vale la pena ser moral? La convicción judaica es que la retribución existe, pero que su manifestación en el mundo no es evidente, no es tangible para la inteligencia o la experiencia humana concreta.

Elisha no ve claramente la recompensa. El dócil muchachito muerto ante sus ojos es, para el rabino, una trágica prueba de la injusticia divina. Y, sin embargo, la retribución es parte de un todo de ideas y sentimientos, de preguntas y de dudas, que en forma global resulta oscuro para nuestro intelecto, junto con las verdades últimas del Universo. Las dudas de Elisha son planteadas en términos modernos por Milton Steinberg, quien transformó a Elisha en protagonista de una hermosa novela. El rabino se siente allí como "una hoja arrebatada por el viento" porque pierde "las tres cosas por las que un hombre goza de felicidad: la persona a quien ama y que a su vez lo ama, confianza en sus propios méritos y en la continuidad del grupo del que forma parte, y por último, una verdad por la que pueda guiar su vida".

Para el pueblo judío, esta última virtud es permanente. Jamás se pierde; no puede renunciarse a ella. Hay una verdad que, sin excepciones, nos permite guiar nuestra vida.

La Alianza en el Sinaí, la Revelación divina a Israel, es el comienzo de la legislación de un pueblo que se puso límites para llegar a la creación de una sociedad más humana, menos violenta. Porque aparentemente descubrió que, si hay algo que vale la pena, es eso.

Bibliografía

Tomado de Hagshama E-zine